Hasta no hace mucho tiempo la familia cumplía con la fundamental socialización primaria y cuando el niño ingresaba a la escuela, lo hacía habiendo incorporado actitudes, hábitos y una aceptación de normas básicas. Eso permitía que los docentes se dedicaran especialmente a la formación específica en contenidos gradualmente especializados, que favorecían una mejor integración a la comunidad. Actualmente, la familia abandonó su función básica. Los padres dejaron de cumplir el rol de adultos y desvirtuaron su imagen asimétrica, intentando demostrar que no hay casi diferencia entre ellos y sus hijos. Se rechazan no sólo las canas, sino la experiencia esperable en el ser humano maduro. El padre se convierte así, en el compañero de juegos y por qué no de salidas y la madre asume el papel de hermana mayor y llega hasta competir con su hija adolescente. En medio de esta confusión queda un joven desorientado que no encuentra modelos adultos a quienes seguir y la escuela debe complejizar su función y convertirse en contenedora y casi única formadora de ese alumno del que sus padres se liberan al no asumir la responsabilidad que les corresponde.
Completando este panorama, desaparece la infancia como etapa caracterizada por una ignorancia controlada desde la familia y la escuela, con el fin de evitar el acceso a información para la cual aún carecía de la madurez suficiente. Ahora los medios se encargan de desocultar todo tipo de conocimientos, incluso aquellos que en la modernidad se consideraban reservados a los adultos. El niño accede a temas como sexo, drogas, violencia, procreación, etc, de una forma excesivamente gráfica, en cualquier horario y especialmente en tiempos en que los padres no están a su lado para orientar y ayudar a tener una visión crítica de lo que el niño ve.
¿Qué puede hacer la escuela frente a esta realidad? Negarla es imposible.Tal vez la única forma de luchar contra el influjo hipnótico y acrítico ejercido por los medios, es intentar generar influencias formativas opuestas, a través del ejemplo y la asunción de una adultez responsable por parte de docentes y directivos.