lunes, 22 de octubre de 2007

LA IMPORTANCIA DE APRENDER A AMAR

UNA LECCION DE AMOR (LEO BUSCAGLIA)


LECCIONES DE AMOR En mi primer día de labores como profesor adjunto de pedagogía en la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles, entré al aula sintiéndome presa de una terrible angustia. Un frío silencio fue la respuesta de la clase atestada a mi tímida sonrisa y breve saludo. Hojeé un momento mis anotaciones y di inicio, balbuciente, a mi disertación.Nadie parecía hacerme el menor caso. En ese momento advertí la presencia, en la quinta fila, de una joven de porte tranquilo, vestida de blanco. De piel bronceada, ojos vivaces color castaño y cabellera dorada, su animado semblante y sonrisa cordial me alentaron a seguir adelante. Atenta a mi exposición, ella asentía con la cabeza o con un “sí”, y tomaba notas. Proyectaba la confortante sensación de que le interesaba cuanto trataba yo de transmitir de manera tan insegura. Empecé a dirigirme a ella, y recobré la confianza y el entusiasmo.Minutos después, me atreví a pasar la mirada por toda el aula. Los demás estudiantes habían empezado a atender y tomaban notas. Aquella extraordinaria muchacha me había sacado del aprieto. Al terminar la lección revisé la lista en busca de su nombre: se llamaba Gladis. En las siguientes semanas leí sus trabajos. Redactaba con creatividad, sensibilidad y fino sentido del humor.Yo había pedido a mis estudiantes que pasaran a verme a mi oficina durante el semestre escolar, y aguardaba con especial interés a Gladis. Deseaba decirle cómo me había salvado aquel día y alentarla a que desarrollara sus cualidades de persona considerada y perspicaz. Pero jamás se presentó.Unas cinco semanas después de iniciado el semestre, se ausentó durante dos semanas. Pregunté la causa de su ausencia a los estudiantes que se sentaban cerca de ella y me sorprendió enterarme que ni siquiera sabían su nombre. Recordé la aguda observación de Albert Schweitzer: “Estamos todos tan juntos, y sin embargo, todos estamos muriendo de soledad...”Fui a ver a la jefa administrativa de la sección de mujeres. En cuanto mencioné el nombre de Gladis, la dama se sobresaltó y exclamó:— ¡OH, lo siento mucho, Leo; supuse que usted estaba enterado...!Gladis se había dirigido en su auto a los acantilados del Pacífico, encantadora población cercana a Los Ángeles, donde los riscos caen a plomo sobre el mar. Allí, según declararon unos paseantes horrorizados, se arrojó hacia la muerte. ¡Gladis tenía apenas veintidós años...! El don divino de su individualidad se había perdido para siempre. Llamé por teléfono a sus padres. La ternura con que su madre se refirió a ella me indicó que la habían amado. Pero era obvio para mí que ella no se había sentido amada.— ¿Qué estamos haciendo? —Pregunté a un colega—. Nos ocupamos demasiado en enseñar cosas. ¿De qué sirvió haber enseñado a Gladis a leer, escribir, hacer cuentas, si jamás le inculcamos lo que realmente necesitaba aprender: a vivir jubilosamente, a valorarse y a tener conciencia de su propia dignidad?
Quise ayudar a quienes necesitan sentirse amados. Daría un curso acerca del amor. Me pasé varios meses buscando en libros algo que pudiera servirme, pero fue poco lo que hallé. Casi todos los textos trataban el tema con un enfoque sexual o romántico. Era escaso lo que había sobre el amor en general. Sin embargo, consideré que si yo actuaba como mero facilitador, mis estudiantes y yo podríamos enseñarnos mutuamente a aprender juntos.Denominé al curso “Lecciones de Amor”. Bastó que lo anunciara una sola vez para que se llenara el aula de asistentes a esa materia extracurricular. Proporcioné a cada participante una lista bibliográfica, pero prescindimos de textos obligatorios, de requisitos de asistencia y de exámenes. Solo compartíamos nuestras lecturas, ideas y vivencias. Partía yo del supuesto de que el amor se aprende. Nuestros maestros son quienes aman y se relacionan con nosotros. De no encontrar modelos de amor, creceremos necesitados de amor y sin la capacidad de amar.—La venturosa posibilidad —propuse a mis alumnos— es que se puede aprender a amar en cualquier momento de la vida, si estamos dispuestos a dedicarle el tiempo, la energía y la práctica necesarios.Pocos faltaban a una sola sesión de Lecciones de Amor. Los participantes tenían que apretarse unos junto a otros a medida que llevaban consigo a sus padres, hermanos, amigos, cónyuges e incluso abuelos. Una de las primeras cosas que intenté aclarar fue la importancia del contacto físico.— ¿Cuántos de ustedes han abrazado fuertemente en la última semana a alguien que no fuera su novio, novia o cónyuge?Pocos levantaban la mano. Una estudiante afirmó:—Siempre temo que se interpreten mal mis intenciones.La risa nerviosa que cundió me reveló que muchos compartían este punto de vista.—El amor necesita expresarse físicamente —repuse—. Me siento afortunado de haber crecido en el seno de una familia italiana, efusiva, en que nos abrazábamos mucho. Asocio los abrazos con un género de amor más universal. Pero si ustedes temen que se les interprete mal, comuníquenle sus sentimientos a quien están abrazando. Para aquellos que realmente se sientan molestos si los abrazan, bastará un fuerte apretón de ambas manos para satisfacer su necesidad de caricias.Iniciamos la costumbre de abrazarnos unos a otros al final de cada sesión. Con el tiempo, los abrazos se convirtieron en forma habitual de saludo en la universidad, entre los alumnos de mi curso. Jamás concluíamos una sesión sin un plan para compartir amor.Cierta ocasión, decidimos expresar gratitud a nuestros padres, lo cual suscitó reacciones memorables. Para uno de los estudiantes, excelente jugador del equipo de fútbol americano de la universidad, la tarea resultó en especialmente incómoda. Sentía un gran amor, pero era incapaz de expresarlo. Tuvo que armarse de gran valor y determinación para ir a la sala de su hogar, hacer que su padre se pusiera de pie y darle un fuerte abrazo. Le dijo: —Te quiero, papá — y lo besó. Al hombre se le llenaron los ojos de lágrimas y musitó: —Lo sé, hijo. Yo también te quiero.Los años que he dedicado a mis Lecciones de Amor han sido los más estimulantes de mi existencia. Al proponerme abrirles las puertas del amor a otros, descubrí que también se han abierto para mí. No hace mucho, comí en Arizona. Al pedir chuletas de cerdo, alguien comentó:— ¡Está usted loco, nadie come tal cosa en un lugar como éste!Sin embargo, me parecieron exquisitas.—Me gustaría conocer al cocinero —indiqué al dueño.Fuimos a la cocina, y allí estaba el hombre, corpulento, sudoroso.— ¿Qué sucede? ¿Alguna queja? —vociferó.— ¡No, esas chuletas estaban de primera! — respondí.Me miró como se mira a un loco. Se advertía a las claras que le resultaba difícil aceptar el cumplido. Luego, me propuso con gran cordialidad:— ¿Le cocino otra?¿No es maravilloso? De no haber aprendido a amar habría pensado gratamente enaquellas chuletas, pero quizá no le hubiese dicho nada al cocinero, así como dejé deexpresarle a Gladis lo mucho que me había ayudado en mi primer día como Profesor. He ahí una de las cosas en que consiste el amor: compartir nuestro gozo con la gente.Otro secreto del amor radica en percatarse que uno mismo es un ser especial y que no hay en todo el mundo una persona igual a otra. Si tuviera una varita mágica y pudiera pedirle la realización de un deseo, tocaría a todo el mundo con ella y haría que cada persona dijera con convicción:—En este instante me agrada como soy. Y me gusta lo que puedo ser. Soy lo máximo.La búsqueda del amor ha hecho de mi vida algo maravilloso. Pero, ¿cómo habría sido mi existencia de no haber conocido a Gladis? ¿Estaría aún balbuceando mi tema ante los estudiantes, ajeno a los vulnerables seres humanos que se ocultan detrás de las máscaras? ¡Gladis me arrojó el guante y yo lo recogí! Tal fue la motivación del cambio. ¡Cómo quisiera que Gladis estuviera hoy aquí, conmigo! La abrazaría fuerte y le diría:—Mucha gente me ha ayudado a saber qué es el amor, pero tú me diste el primer impulso. ¡Gracias!. ¡Te quiero!Mas estoy convencido de que, en alguna forma misteriosa, el amor que le tengo a Gladis ya ha viajado hasta ella.Si te parece, responde a cada una de estas preguntas según sea el caso.1. ¿Te es fácil manifestar tus sentimientos a los demás? ¿Con quiénes te es más difícil hacerlo?2. ¿Has pensado que al no expresar tus sentimientos y emociones a las personas que has mencionado, las estás hiriendo de alguna manera?3. ¿Estás perdiendo la oportunidad de darte a conocer?4. ¿Estás haciendo que no tengan la oportunidad de conocerte?5. ¿Has experimentado alguna vez el “estamos todos tan juntos, y sin embargo, todos estamos muriendo de soledad”?6. ¿Hay alguna Gladis en tu vida, a quien ayudaría mucho saber que ella es importante para ti? ¿Qué piensas hacer al respecto?No tardes mucho: ¡dile a las gentes que las quieres y lo bien que te hacen sentir...!

Del Libro “Vivir, Amar y Aprender” de Leo Buscaglia

2 comentarios:

Alejo dijo...

Y sí, es así y hay que asumirlo.
Personalmente, respondiendo a los interrogantes que el texto deja, aunque me cueste asumirlo, generalmente los sentimientos no son expresados para con el otro, esto me pasa más con la familia. No es que a mis amigos, familiares, etc. no se los expreso formal y explícitamente: relacionándolo con el significado de amor y todo lo que hemos tratado en clases, creo que uno quiere y expresa el cariño mediante el respeto, el cuidado, la responsabilidad, etc.
No pienso mucho en que no expresarle formalmente lo que siento a las personas las esté hiriendo, pero esto hay que considerarlo, pues viendo el tema con objetivad sirve de estímulo de fuerza para los vínculos con los amigos, familiares, compañeros, etc.
Desde mi punto de vista, en algunos casos he llegado a perder la oportunidad de darme a conocer, pero siempre trato de darme a conocer, no solo con las palabras sino con hechos para con el otro.
El experimentar "estamos todos tan juntos, y sin embargo, todos estamos muriendo de soledad" me ha pasado, y creo desde mi punto de vista que es muy habitual en el ámbito escolar, donde entre nosotros mismos somos individualistas y no crecemos en poder relacionarnos con el otro y profundizar en el mismo compañerismo o mejor aún, en la amistad.
No se aún si hay una Gladis en mi vida, pero es bueno proponerse buscarla y encontrarla, porque esos objetivos nos ayudan a construir y, muy positivamente equivocarnos, ya que aprovechar el aprendizaje de un fracaso o error nos puede ayudar mucho a ese proceso de construcción, o sea, valorizarse así mismo como también al otro, crecer en el amor con nuestros semejantes e intentar buscar el equilibrio.
Saludos.
Alejo.

Francina dijo...

UNA CITA Y UNA REFELXIÓN: LOS PELIGROS DE LA RED.

Filosóficamente estoy del lado de Google y de los piratas: ambos pretenden el libre acceso a la información.
Sin embargo - a todos nos pasa - a veces no se si no les encuentro algo de razón a los cavernícolas que pretenden detener el progreso. La siguiente cita - responsable de mis últimas dudas - fue sacada de un excelente, (y gratuito), repertorio de jurisprudencia sobre privacidad. El autor de estas lineas se llama David J. Solove y espero que mi traducción le haga justicia:
“Internet permite que la información fluya más libremente que nunca. Podemos comunicarnos y compartir ideas en formas nunca antes vistas. Estos avances están revolucionando nuestras formas de expresarnos y cimentando nuestras libertades.
Pero hay un problema. Vamos hacia un mundo donde buena parte de nuestra información privada será preservada para siempre en la red, para ser mostrada instantáneamente como resultado de una búsqueda en Google. Tendremos que vivir con un meticuloso registro que comenzará con nuestro nacimiento y permanecerá toda nuestra vida, adondequiera que vayamos y accesible desde cualquier lugar del mundo. Estos datos a veces son de dudosa procedencia; pueden ser falsos o difamatorios; pueden ser verdaderos pero profundamente humillantes o desacreditadores. Nos puede pasar que se nos haga cada vez más dificil comenzar de nuevo, tener una segunda oportunidad o escribir una página en blanco. También nos será más difícil desarrollarnos como personas, si cada paso en falso o estupidez que cometamos quedarán permanentemente archivados. Este registro afectará nuestra habilidad para definir nuestra identidad, conseguir empleo, participar en la vida pública y más. Irónicamente el flujo irrestricto de información en la red puede coartar nuestra libertad ¿Cómo y por qué esto está sucediendo? ¿Cómo puede ser que el libre acceso a la información nos haga más libres y más esclavos al mismo tiempo?…”

NADIE RESISTE UN ARCHIVO:

Los avances tecnológicos siempre provocan victimas. A veces son visible y notorias - como las victimas de Hiroshima - otras, no tanto. Nos glorificamos del avance de la tecnología y de la facilidad con que se crea y distribuye información. Pero a veces no nos damos cuenta de las consecuencias.
Es que no toda la información merece ser preservada: los chismes, las estupideces cometidas bajo el influjo de la pasión o el alcohol, y otras inocentadas, antes tenían una vida bastante corta y, además, vivían en un ámbito muy reducido.
Todo eso cambio. Hemos terminado de perder nuestra inocencia. De hoy en adelante nuestro pasado nos condenará. Es que nadie - ni el más santo - puede sobrevivir aunque sea al ridículo del archivo. Y la red es y será ese gran archivo, tal vez la tumba de nuestra intimidad.
Una de dos, o propiciamos que en la red también exista el “derecho al olvido” o tenemos que cambiar esa actitud pueblerina que todos tenemos de pontificar acerca de los errores ajenos.
La primera opción a esta altura de los acontecimientos es como escupir al viento, la segunda es todavía mucho más difícil de lograr.
¿Cómo será el futuro cuando tengamos la posibilidad de conocer a nuestros vecinos como a nuestros pensamientos? Sin duda alguna será un lugar muy distinto al que imaginaron Orwell y compañía: cada uno de nosotros será Gran Hermano.